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La leona que se cansó de ser "Reina"

© Angel ZN. Dibujo a lápiz.

Érase una vez que se era ... una leona que reinaba en una recóndita y vasta región de la selva del Amazonas.
[nota del autor (n.a.) : "Sí, del Amazonas. ¿Esperábais África? ... pues no. ¿Qué pasa?... la historia es mía y la cuento como quiero"]

Su reino estaba integrado por todo tipo de seres vivos (animales y vegetales), y hasta el último de ellos rendía pleitesía con admiración y algarabía. Jamás nadie puso en duda su capacidad para gestionar el bienestar de todo el territorio.
Bien es cierto que, de vez en cuando, la leona se comía a alguno de sus vasallos.
Tal cosa no es que sentase bien ... sobre todo por la incertidumbre que se imponía en el ambiente cada vez que su Reina tenía hambre. Pero todo era por el bien común.

Lo cierto es que estaba todo bastante bien organizado, respetando el espacio de cada individuo, así como sus gustos (siempre dentro de lo posible, claro). A nadie le faltaba de nada.

La leona contaba con la ayuda de lo que llamaban "Minisfajos" : cuatro súbditos leales que se repartían las áreas de trabajo del reino.
Dichas área eran :
- Total Ambiente (cuestiones relacionadas con el hábitat), regentado por un ficus [n.a. : sí, un ficus] más marrón que verde. Era por el sol.
- Redes Selvales (noticias y bandos de interés), dirigido por el mestizo lorúo, fruto de una noche de pasión entre un loro y un búho que jamás volvieron a mirarse, por cierto.
- Follexión (todo aquello referente a las relaciones sociales y reproducción), a cargo de una mona más salida que un mono. Era de la raza bonobo, así se explica.
- Defenofensa (temas sobre protección ante amenzas externas y seguridad interna), cuyo director era otro mestizo, el rinocénguila, descendiente directo de la controvertida pareja que formaban un rinoceronte y un águila. Hoy, tras muchos dimes y diretes, viven alejados del mundanal ruido en un bungalow en Bora Bora. [n.a. : Pero eso es otra historia]

La vida transcurría bajo cauces de plena tranquilidad. Bueno, eso si llamamos tranquilidad a ir al río a por agua y que, por el camino, tres hienas te vacilen y te zancadilleen [n.a. : sí, también hay hienas en el Amazonas. Desde hace pocos años, pero las hay], mientras una anaconda te persigue y un enjambre de rejuvenececutis se pegue a ti durante todo el camino [n.a. : el rejuvenececutis es una especie autóctona].

Una brumosa mañana, la leona dio buena cuenta del copioso desayuno que le sirvieron sus dos asistentes personales (un visón tuerto y una comadreja coja, majísimos y excelentes profesionales). Consistió en : dos pimientos rellenos de puré de conejo, media docena de huevos de galápago [n.a. : ¿algún problema con los galápagos?], y un jabalí. Todo regado con la mejor beberza, de cosecha propia.

Tras dejar las tareas pendientes bien repartidas entre sus minisfajos, acudió a la biblioteca con cierta apatía, ya que hacía mucho que no había material nuevo.
Buscaba y buscaba qué releer. Harta, desesperada y aburrida, decidió marcharse dando un zarpazo al arbusto que adornaba la estantería de la entrada. Al instante le cayó en todo el morro un libro que, más que libro, parecía cofre gracias a la cerradura que impedía abrirlo.

El rugido que soltó, alarmó a los que ya se habían incorporado a sus quehaceres diarios, y despertó a los que aún dormían.
El silencio se adueñó de todo, una vez se apagó el largo eco que retumbaba entre cada rama y roca de la zona.
Todo tipo de pezuña, garra, ala, hoja y pata se detuvo en seco. Hasta el viento cesó. Nadie sabía qué había sucedido.

Recuperada de la conmoción, la reina (perdón, la Reina) agarró el libro-cofre y fue a buscar al armadillo, único cerrajero de la región, para que abriera aquél pesado objeto. Mientras, desde una distancia prudencial, uno a uno, todos los habitantes se incorporaron al improvisado grupo que comenzó a seguir a la leona.

El tembloroso armadillo hizo gala de un virtuosismo inédito abriendo la cerradura en tiempo récord.
La leona leyó por fin el título del libro : "La vida y obra de Tío Matt El Viajero".
Por algún motivo desconocido, se sintió arrebatadoramente intrigada.
Devoró y devoró páginas sin freno [n.a. : no, no se las comía. Es un recurso literario]
A ratos sonreía y alternaba lágrimas de alegría con desconsolados llantos, seguidos por exclamaciones de admiración que no me atrevo a reproducir en este relato, por respeto a los lectores.
De todos es sabido que las leonas cuando exclaman ... ojito ...

Días después todo estaba preparado. La ceremonia de abdicación era un hecho que se consumaría en cuanto la sanguijuela aceptase.
(Hago un paréntesis para romper una lanza en favor de las sanguijuelas : tienen muy mala prensa, todos piensan que son asquerosas y que su único propósito en la vida es chupar la sangre a todo lo que se mueva, pero la realidad es muy distinta. Su humildad y vocación de servicio a la comunidad son ejemplares.)

La sorpresa fue mayúscula [n.a. : siempre he querido escribir esa frase] cuando la sanguijuela no aceptó la corona diciendo : "voy contigo, mi reina".
Nadie supo nunca el motivo.
Pero la respuesta era bien simple : la sanguijuela había leído el libro.

Y ambas emprendieron un viaje que aún perdura. De hecho, he quedado en breve para hacerles una entrevista y unas fotos para Natural Geotrafic.
Me voy, que no quiero llegar tarde.

Nos vemos.

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